viernes, 18 de mayo de 2007

UN EXTRAÑO TORERO MANCO EN ESCENA. (CUENTO AMATEUR) - JOSE LUIS ROMERO CORDERO




Soñé que estaba dentro del cuerpo de un veterano toro de corrida. Mis emociones eran bidimensionales. La división de las dos dimensiones constituía una muralla. Es decir: por cinco segundos pensaba como yo, y por otros cinco, como un toro, y viceversa; pero todo ese trance se desenvolvía dentro del toro. Estaba parado delante de un hombre que agitaba un manto rojo, claro, así conceptuaba ese efímero momento cuando aún permanecía en mi momentáneo curso de humano. Cuando tornaba a ser toro, veía la escena muy invertida: advertía con una tonelada de odio en la garganta, a un ser demasiado extraño que se escarnecía de mí, un tipo que meneaba mi sangre flotante fusionándolo con el contaminado terral. Lo consideraba excesivamente cobarde; pero eso no justificaba nada, tenia que matarlo para mantener el orgullo que todo toro debe tener por naturaleza; pero hasta donde yo sabía, ningún toro había logrado tal resultado paradigmático. No había esperanzas y morir era lo único inminente. No podía evitar de proyectar odio frenético hacia aquellos gentíos; en especial: al ridículo batracio que agitaba mi sangre. En mi estado de toro, que por suerte podía recordarlo cuando invertía a humano, todo era diferente, demasiado diferente; no podría declarar punto por punto el caso, pero de que era toro, lo era. Cuando volvía a ser humano, me sentía insólitamente perplejo. Intentaba salir del toro y me echaba a correr hacia el portón de salida, mientras los toreros me perseguían; pero una vez en él, volvía a mi período de toro y echaba a empitonar al azar. Era imposible salir. Me desesperaba todo. No quería hacer daño a nadie, por lo tanto, solo los evadía. Lo peor de todo era que cuando volvía a ser toro no me percataba de que había un humano dentro de mi, y olvidaba todo lo que había pensado de humano; por ello, no podía lograr ninguna secuencia de ideas que pudieran fusionarse y pensar del mismo modo. De humano acontecía lo contrario, podía recordar como veía las cosas y extractos de imágenes que se suscitaban en mi mente. Por ejemplo: recordaba a algunos batracios a quienes veía con frecuencia, a uno que me aportaba los pastos y me agitaba el lomo mientras canturreaba; y algunos otros. Todo era extraño. No encuentro las palabras ni las imágenes exactas para conllevar con mayor clarividencia mi monologo, señor psiquiatra. Pero no piense usted que estoy loco.

__Tuve pacientes más extraños que usted. Con casos realmente extravagantes. Amo mi trabajo, soy escritor aparte de ser psiquiatra. Pierda usted cuidado y continué, no lo hace tan mal.

__Gracias señor psiquiatra. Como le iba diciendo. Nunca me había visto en un asunto de tal volumen. Corría y corría por doquier, pidiendo auxilia a gritos, pero era en vano, no obtenía nada mas que escuchar mi propio grito invertido a gruñido de toro. Era demasiado desesperante.

Después de un buen rato, después de una desequilibrada persecución, alguien logró hundirme una cuchilla cuya longitud penetró mi espalda hasta toparse con una de mis extenuadas costillas. Grité de dolor y de inmediato quise ser toro para obviar el dolor; pero por pura mala suerte, mi período humano se prolongó, no podía creerlo. De un modo instantáneo, concebí rencor extremado hacia el patético torero vestido de ridículo traje medieval, no pude evitarlo y deseé con toda mi alma ser toro e ir tras él, en venganza; de hecho que podía hacerlo así de humano; pero carecía de audacia y tenacidad. No se que carajos había pasado, no aguantaba mas el dolor y no podía volver a ser toro. Mi mirada perdía su nitidez y mi rencor crecía. Ya casi me sentía como el toro. De pronto, mientras me veía burlado por todos, sentí la sensación que duraba menos de dos segundos: era la muralla que separaba al toro de mí. Me alegré mucho, pensé en cobrar venganza por si esta vez recordaba mi estadía de humano; pero no fue así…

__ Dime… nárrame esa escena, se pone interesante. . ¿Por qué silencias?

__ yo estaba casi aliviado mientras traspasaba la muralla que me llevaría a ser toro; pero cuando concluí ese minúsculo trayecto, pude notar que el toro y yo teníamos algo en común; algo tan común como el respiro. No entiendo como nunca pude imaginarlo, ni siquiera en mis clases de zoología. De hecho que hacía falta estar en este trance para reflexionar. El toro y yo concebíamos el famoso e irreverente DOLOR, cuyo fin no era otra cosa que hacer sentir dolor. Ese era lo común, doctor psiquiatra.

__Ya veo, es una pesadilla muy rara; Pero valoro más la moraleja que emerge de él. De todos modos, una pesadilla, es una pesadilla. Entiendo perfectamente su intriga de saber más sobre estas pesadillas. Es cierto que deja algunas secuelas psíquicas, por lo tanto, debo proponerle algunas psicoterapias muy buenas. Previamente, debo admitir que usted es una persona muy simpática y tratable.

__ Agradezco con mucha humildad su valioso elogio; pero creo que usted no me entendió. Usted cree que un escuálido poeta, huérfano de un brazo izquierdo, pueda hacer tal cosa, sin motivo alguno. Todo lo que le narré justifica lo que aconteció la semana pasada. Dado que la pesadilla lo concebí un día antes del suceso. Y con justa razón, solicito mi libertad.

__ ajjajaja… El departamento de psicología de este penal no tiene autorización para tratar asuntos políticos. Aquí tratamos de ayudar a los condenados que presenten malestares mentales; no somos abogados.

__ Pero señor psiquiatra:

Cuando me recuperé de aquel trance que era como superarse de un ataque epiléptico, me sumergí en un prolongado alivio. Del mismo modo, pude reconocer algún fragmento de odia que aun persistía en mí. La aurora estaba apaciguada en la ventana. Una radio local notificaba la hora, y se lograba escuchar el bullicio infantil del colegio de al lado, cuya tarea matinal era prevenirme a asordante himno nacional, la hora del desayuno. Alejé el cobertor de mi cuerpo con mi solitario brazo derecho, y como todo, emprendí la jornada del día pensando en todo momento en aquella pesadilla. Había una incoherente imagen en mi mente que me perturbaba y me producía vértigo. No podía entenderlo. Había perdido el apetito, solo pude devorar, con poca aspiración, la mitad de mi pan. En instantes se me olvidaba de que era manco y empezaba a maniobrar cosas que demandaban dos brazos; pero, ah, que triste me ponía cuando no podía hacerlo.

Después, quise remediar llamando a mi primo Simón, lo cual fue un fracaso. Y después, como todo joven frustrado, busqué la marihuana entre los viejos libros. Lo guardé ahí por si algún día lo necesitaba. Francamente, señor psiquiatra, nunca antes había fumado marihuana. Lo tenía guardado por que el mismo Simón me lo trajo en son de amistad, creyendo que podía compartirlo conmigo; pero le firmé un no implícito. Pero esa mañana lo necesitaba, no tenia otra salida. No se si fumé demasiado, solo había logrado consumir la mitad y ya estaba, ya estaba diferente a lo normal. Trataré de explicarle como me sentía: ese instante pensé que me había muerto, estaba en un espacio donde no había tiempo, parecía un fantasma; ciertamente, no creo poder atinar a la lógica en cuanto a eso, siempre intenté hacerlo, y fracasé. Y mire usted…para colmo: La famosa marihuana hizo efecto en cuanto a algunos malestares físicos; pero prolongo mi delirio. Derribado en el sofá, reconstruía la escena de la pesadilla, y mi odio hacia los toreros crecía a mil por hora, por que de algún modo virtual, me sentía porción del toro.

En la villa en donde vivía, cada año se realizan más de 5 festivales de corrida de toro, hecho que atrae a muchos toreros nacionales e internacionales. Todo el mundo hablaba de toros; incluso una ex novia que tuve hace años, trabajaba velando toros que eran traídos del extranjero, y se la pasaba relatándome sus triviales anécdotas. Era tan popular que hasta pasaban por alto el aniversario de la nación. Justo esa mañana, un locutor invitaba con una voz gangosa a la corrida mas importante del año; una significativa disputa entre un español y un tarmeño, lo cual me dejó ensimismado.

Erguí del sofá a pausas, como alguien que se levanta con fortaleza después de haberse tendido de melancolía. Concluí la marihuana que sobraba, me puse una bufanda gris de lana, dejé una abertura para que se advirtieran las solapas de mi camisa. Rebusqué alguna casaca de cuero en el guarda ropas, situé en mi cabeza un sombrero viejo, que pertenecía a mi madre que en paz descanse; no sé si lucía como un buen vaquero o por lo menos un joven vaquero amateur, no importaba eso, esta vez ya no asistiría a la biblioteca a pasar el ocaso, así que marché hacia el dichoso festival de corrida de toros.

Creo que había más masa que en cualquier clásico de futbol mundial. Coincidí con un vecino solitario que entre copas aseguraba que ganaría el tarmeño “¡el tarmeño carajo!”, se acerco a mí ofreciéndome amistosamente una copa de su cañazo, yo acepté con mucho gusto y nos sentamos a hablar de asuntos de corrida. Mientras presumía sus vínculos familiares con el tarmeño le ofrecí solapadamente un poco de mi marihuana, él aceptó sin sorprenderse de mi edad; pero creo que al final agradeció diciéndome: “¡chaval imberbe, pensé que solo te drogabas con libros, jajaj!”. Nunca lo imaginé, tampoco podía creerlo: un tipo como yo, charlando de toros de corrida con un alcohólico de barrio; aunque debo admitir que era divertido verlo actuar después de haber fumado, alucinaba ser torero con su espada improvisada de botella de descartable, y presumía aún más; pero se le pasó la mano al agarrarle el culo a una muchacha mas o menso de mi edad que trabajaba ofreciendo gaseosas. Pobre, le echaron a patadas del lugar.

Estaba sonriendo demasiado sin saber donde estaba parado. Posteriormente, la extensión de mi sonrisa se encogía paulatinamente mientras veía entrar a la plataforma al mismísimo torero de mi pesadilla, vestido del mismo modo, tenía la misma compostura, el mismo color y la misma sonrisa. Era un completo imbécil, patético. Tenía la misma sonrisa soberbia inapagable que carecía de naturalidad. Se me erizó el cabello y de inmediato concebí esa adrenalina vesánica de odio en mi alma. Agitaba su capa en son de cortesía, señalándolo hacia mí, quizá por azar o por que ya lo sabía, lo cierto es que estaba confundido. Mi único brazo derecho golpeaba con frenesí la banqueta de hormigón. El mundo se me caía en sima, me sentía impotente.

Los cobardes le habían quitado punta a sus cuernos, y unas cintas de color cenizo adornaban sus orejas. No parecía un toro semental, era muy joven, su testa aludía un remoto sufrimiento que solo yo podía distinguirlo. Venia entrando tímidamente entre loores y números de cábala. Se paró frente al torero advirtiendo con perplejidad el manto color carmín. Mis lágrimas serpenteaban lánguidamente por entre mis narices, traspasaban mis labios y su sabor a mar, anunciaba la aparición del rígido bulto en mi garganta. Mi semblante apoyado a la palma de mi mano, triste como un cadáver, advertía la escena como un ave sin pico a una árida granja de cereal. Nunca había sufrido tanto. A continuación, busqué la envoltura de marihuana que restaba, y me dispuse a aspirarlo todo para calmar mi dolor.

La congoja era sobrehumana, el delirio me envolvió con su bruma, la marihuana solo había logrado eso, pero mi sufrimiento no apaciguaba. Entre tanto, el gentío celebró la primera espada clavada en el lomo del toro, justo donde lo soñé, y fue como si también yo lo hubiera sentido. Ya no aguantaba el dolor.

_ Cálmate, no llores, ten, es un pañuelo de seda, para ti. ¿Que hiciste después?

_ Gracias señor doctor psiquiatra.
Bueno, me quité la bufanda y el saco, y me aventuré por entre la apretada multitud con el fin de salir del lugar. Entre lagrimas, no sabia si estaba yendo en la dirección correcta, pues mis ojos estaban casi cerradas y lo único que me mantenía en pie era la espesa masa; y de pronto, surgí de entre la muchedumbre y me hallé en primera fila, muy lejos de la puerta principal. “¡que mierda hace llorando como una niña, lárgate, me tapas!”, las gentes se burlaban de mi.

Volví la mirada hacia el toro que ya tenía más de dos espadas clavadas en su cuello, apreté los dientes, bebí más de tres sorbos prolongados de cañazo, de puro coraje, y salte hacia la plataforma, dirigiéndome hacia el torero. Corrí y corrí, la inmensa masa aclamaba y aplaudía mi valentía, mientras que algunos se burlaban a carcajadas. Suponía que era común que algún borracho maniobrara ese tipo de escenas en las corridas, pero no mancos.

Me paré en medio del toro y el torero. El toro babeaba y, cuando dirigí mí mirada directamente hacia sus pupilas, el toro yació sus patas traseras, pero aún permanecía parado. “supongo que tendrás el privilegió de matarlo borracho cabrón. Echaste a perder mi victoria.” Me dijo el torero sin tener opción, sin percatarse de que yo estaba llorando. Precipitadamente, había adquirido mucho renombre, la gente gritaba a toda voz “¡manco, manco, mancoooo…!” mientras yo apenas podía pararme. Antes que mi tenacidad terminara, me dirigí pálidamente hacia el toro, obviando la espada que el torero me estaba facilitando. Pobre torito, intentaba ponerse en cuatro pies y atacarme; pero se dejó caer. Yo, con poca fuerza, le sustraje las dos espadas mas largas que tenia introducida en el cuello, le acaricié el humedecido hocico, di media vuelta, vi el rostro del rorero ya casi cayendo, y sin pensarlo dos veces; entre secuelas de marihuana, procedí a cortarle el cuello e hice un surco en su pecho, y escupí toda la amargura que tenia guardado en mí, ahí, en los surcos. Después de eso, quedé inconsciente, y según dicen: desperté después de un día, en la oficina de al lado; pero para eso, me sentía mejor, sin odio ni nada.

_ Ahora entiendo, es una triste historia mi estimado amigo. Pero me temo que estará aquí hasta cumplir su condena. Le sugiero serenidad y paciencia. En cuanto a su libertad, debo decirle con mucha sinceridad que es casi imposible conseguirlo. Confórmese, hubieron miles de testigos aquel día, y si sale de este lugar tendrá mala reputación. Espero que me entienda, hago lo posible para poder ayudarlo. Pero cuente con mi amistad.

_ ¿A usted le gustan los toros?

_ jajaajaaj- claro que si; pero no las corridas.

_ Eso me reconforta señor doctor psiquiatra.