lunes, 18 de junio de 2007

NEGOCIACIÓN DE MADRES

Una clásica melodía anunciaba las seis de la tarde. Lucía comprendió que debía acelerar: agitó el bote de talco sobre las irritadas nalgas de su pequeñuelo, situó el pañal bruscamente, como quien le pone una chaqueta a un gato; y concluyó vistiéndolo con pequeños ropajes que no eran de su medida. Todo lo hizo con un estilo un tanto inexperto, sin sutileza ni afecto. No hacía mucho que había dejado de juguetear con muñecas de trapo, su porte era casi natural, uno aprende a ser madre con hijos de verdad. Pero, Lucía no mostraba esa pasión de asear a su bebé que toda madre tiene por instinto en sus primeros días de madre.

Equilibró su bufanda antes de traspasar el umbral, con el mismo, frotó los ojitos lagañosos del bebé y echó a andar rotando su mirada por doquier. Mientras caminaba, ensayaba falsear un argumento cuyo fin justificaría lo que estaba apunto de realizar. “Es española, ricachona y podrá darle todo lo que nunca podré darle” se decía. Parecía estar muy segura de lo que hacía, no se le distinguía ningún banal atisbo de preocupación o tristeza, más bien, le preocupaba llegar tarde y estaba entre tomar un taxi o seguir caminado para ahorrarse algunos soles. Ya a una cuadra del café “El puerto”, una extraña emoción se apoderó de ella. Miraba los ojitos castos del bebé con una cierta sensibilidad que no había mostrado antes, su rostro moldeaba una tierna mueca maternal; trasladó un fragmento de su bufanda al pechito del bebé y lo acurrucó hacia su pecho con una ternura improvisada. “no puedo dar marcha atrás, ya esta hecho” se decía, mientras intentaba obstruir sus inminentes lagrimas. A unos metros del café, distinguió a la española, quien parecía mostrar algunos gestos de impaciencia. Lucía se detuvo un instante para planificar lo que tenia que decir. Por primera vez le pareció inhumano lo que estaba haciendo, no obstante, dio un ruidoso suspiro y se introdujo al café, con mucha duda y timidez.

La española, quien siempre se había limitado a rebelar su nombre, estaba haciendo una suma visual del dinero en efectivo que sustraía poco a poco de su cartera, mientras bebía una Coca-Cola individual. Su blanca fisonomía levemente arrugada con gafas de cristales gruesos, trasmitía una interesante experiencia que se tenía que respetar. En cambio, Lucía, era una implacable adolescente de colegio, le había tocado vivir la peor experiencia de su vida, a causa de un efímero noviazgo con un hippie bohemio. Era inexperta en todo, siempre estaba peleada con su madre, quien se limitaba a brindarle más que una miserable pensión. Ahora, convencida por sus amigas se iría a la selva, a trabajar en un circo, allá le enseñarían todo sobre la flexibilidad corporal y el arte del modelaje. Siempre soñaba con ser famosa, admiraba mucho a Courtney Love, incluso tenia planeado seguir los mismos pasos que ella para llegar a la fama, “también lo estático es arte” se decía.

Impelió un asiento y se hizo un espacio en la mesa, abordando cabizbajada a la española, quien advertía con mucho entusiasmo al bebé. Lucía, echando un vistazo a todos los comensales, se disponía a negociar avivadamente, olvidando saludar a la española.

-¿Has estado bien, Lucía? -preguntó la española -, llevo ya un buen tiempo esperando.

-Tenía que asear al bebé, usted sabe… Discúlpeme - se excusó Lucía, meciendo a su pequeñuelo con ligera paciencia- Quisiera que la negociación sea rápida, así yo me evito problemas con algunos conocidos que circulan por estos lados.

-¿Estás segura que quieres venderme tu bebé, recuerda que aún puedes recapacitar. Yo soy una mujer estéril, es por eso que hago este acto ilícito para conseguir lo que mas deseé en toda mi vida.

-Pierda cuidado, ya lo pensé muy bien. Solo quiero el dinero. Quiero que me envíe algunas fotos de España, para cerciorarme de que ella estará bien. Y si lo creé conveniente, quisiera que su nombre sea: “Lucy”.

-Descuida, coincidimos con ese nombre.

Ambos se miraron penitentemente la faz, teniendo en cuenta que lo que estaban haciendo era rencoroso. Sobre todo la española, que por su avanzada edad debía optar por ayudar a Lucía que aún le hacía falta madurar y tener experiencia. No obstante, ambos extraviaron sus miradas por entre las frondosas plantas que erguían en la intemperie, y con mucha cautela, empezaron a distribuirse el dinero, como dos forasteros mercaderes. Lucía no quiso ser melodramática al dejar su bebé en manos de la española, mas bien, lo hizo con una frialdad que hasta le sustrajo unas pizcas de lagrimas efímeras a la española.

Cuando Lucía abandonó el café “El puerto” buscó el modo de aliviar y enjuagar su conciencia. Caminaba al azar, despistada, le importaba poco los restos. Entre lágrimas se condenaba a muerte, estaba arrepentida de lo que había hecho, se decía, lo único valioso que le quedaba era 200 dólares que aún no había pensado en qué invertirlo. Entre sollozos profundos, Lucia, resolvió buscar a la española, pues no había imaginado que eso de la negociación le iba a lastimar mucho el alma, por suerte, la española era de buen corazón, le había dado muchas semanas de plazo para que Lucía lo pensara mejor. Echó a correr hacia el café “El puerto” con la esperaza de de hallar a la española quien decidió quedarse para no levantar sospechas.

Lucía absorbió la sombría noche con una melancolía desolada tan ahondada, cuando a una cuadra del café “El puerto” la española estaba rodeada de policías y periodistas que a toda costa buscaban una respuesta a sus interrogantes. El llanto de la española se podía distinguir desde esa distancia. Decaída y abatida, afónica ante tal escena, se dejaba guiar por los policías. A unos metros más allá, un tipo vestido de verde, gordo y armado, intentaba silenciar al bebé. Lucía no supo que hacer. Se quedó estática, fría, con los ojos salidos, susurrándose los peores insultos mientras saboreaba sus saladas lágrimas, como las madres sensibles que ven partir a sus hijos hacia otro mundo.



LUIS CORDERO

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